Antes de empezar a hablar de decrecimiento creo que es importante repasar conceptos clave, anteriores a éstas teorías decrecentistas. Así que antes de hablar de decrecimiento, hablemos de crecimiento, lo que nos lleva a hablar de John Maynard Keynes.
Keynes fue un economista inglés del siglo pasado quien en su “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” daba respuesta a la crisis del 29 y exponía que en épocas de crisis, el estado debía controlar la demanda agregada con una política fiscal de estímulo económico. Esta teoría influyó más adelante el New Deal. Keynes quería que la economía saliera de la crisis de 1929. Dijo explícitamente que lo que ocurriera a largo plazo, una vez la economía se recuperara de las dificultades, no le importaba. En 1940, en “¿Cómo pagar la guerra?” Keynes exponía que para evitar la inflación debido a las políticas deficitarias de control de la demanda agregada, Inglaterra debía financiarase mayoritariamente de un aumento de las colonias en el sur y mayores impuestos.
Las escuelas monetarista y austríaca han refutado el keynesianismo, sin embargo, éste sigue aplicándose en la mayor parte del mundo, y los economistas más influyentes del mundo son keynesianos.
¿A que nos ha llevado esto? Fueron economistas posteriores como Harrod y Domar los que convirtieron el keynesianismo en una doctrina de crecimiento económico a largo plazo. Ese crecimiento ha sido posible debido a la abundancia de los combustibles fósiles, que son el efecto multiplicador del crecimiento de la producción, el consumo y la población mundial.
En 1972 se exponía el trabajo “Los limites del crecimiento” ( Donella Meadows, Dennis Meadows, Jorgen Randers, y William Behrens III , The Limits to Growth – New York: Universe Books, 1972) en el Club de Roma y era el primer aviso: no es posible crecer indefinidamente en un planeta finito.
A partir de ahí el informe Brundtland en 1987 y más tarde la Cumbre de Río en 1992 lanzaron el término desarrollo sostenible como un camino que permitía seguir avanzando y a la vez respetar los límites ambientales. Algunos autores ven desde su inicio que el desarrollo sostenible está sirviendo para mantener la fe en el crecimiento en los países industrializados, otros detectan que se trata de una conjunción imposible: el desarrollo nunca podrá ser sostenible. Así, según Ernest García llega un punto en que el desarrollo ya no aporta más beneficios y se vuelve perjudicial. El “concepto de desarrollo sostenible es científicamente inconstruible, culturalmente desorientador y políticamente engañoso”.
La realidad es que el uso del término sostenible se ha generalizado, se aplica ahora a cualquier proyecto, aparece cada vez con más frecuencia en boca de gestores, políticos, constructores, profesores… Vacío de contenido, el inicialmente bienvenido desarrollo sostenible, empieza a quedar escaso para definir la respuesta al reto frente al que nos encontramos.
Los datos sobre la huella ecológica de la humanidad son rotúndos: estamos consumiendo más recursos de los que la biósfera puede regenerar, y así cada año que pasa el punto de equilibrio llega cada vez más temprano. En 2017 fue el 2 de agosto el Día de la sobrecapacidad de la Tierra, y que marca la jornada en la que se han consumido todos los recursos naturales disponibles para el año, y en 2017 fue la fecha más temprana desde que comenzaron las mediciones en la década de los 70, según la organización Global Footprint Network. “Es un robo a las futuras generaciones”, explica Christoph Röttgers, de la organización alemana de protección de la naturaleza Naturschutzjugend.
La idea de crecimiento está unida a los planteamientos de la economía convencional y hace referencia exclusivamente a parámetros económicos: las economías sanas deben aumentar su PIB al menos un 3% anual, y esto es necesario para mantener el bienestar, el empleo.
Algunos economistas atisbaron la inconsistencia ecológica de estas teorías del crecimiento: planteándonos un crecimiento del 2%, ¡en el año 2050 estaríamos 30 veces más allá de un escenario viable!, mientras que un decrecimiento sostenible del 5%, que cuide el bienestar y la calidad de vida de las personas, nos situaría en un planeta durable. En un mundo finito, cada vez que producimos, por ejemplo, un auto, reducimos las posibilidades de supervivencia de nuestros descendientes. El precio del crecimiento en la actualidad, son menos vidas en el futuro.
Por lo tanto, para salir de la actual crisis social, económica y ambiental, el factor clave a entender es que no podemos seguir aplicando el mismo pensamiento que nos ha traído hasta acá. Hay que entender de una vez por todas que el crecimiento económico, y el mantra de que el crecimiento es bueno nos está llevando hacia nuestra propia aniquilación como especie.
Para entender el decrecimiento es necesario salir del paradigma económico dominante y ser conscientes de que se han sobrepasado los límites del planeta.
Cada vez resulta más claro que la eficacia económica no sirve para resolver los problemas ambientales, además hemos de tener en cuenta el efecto rebote: aunque disminuye el impacto en el consumo de recursos por unidad de producto, en términos absolutos este consumo sigue incrementándose. Se fabrican autos de bajo consumo y gasolina sin plomo, pero aumenta el número de autos, de kilómetros recorridos y de carreteras y autopistas; se generaliza el uso de bombitas y electrodomésticos de bajo consumo, pero aumenta el gasto eléctrico y el número de electrodomésticos por familia.
Según Latouche no hay que entender el decrecimiento como una alternativa concreta al modelo actual, sino una llamada de atención sobre los riesgos de la situación que vivimos, un eslogan que agita conciencias, un grito por el cambio. Se plantea el decrecimiento como un paraguas donde poder empezar a deshacer el imaginario común de que el crecimiento es necesario para seguir adelante, un espacio donde desarrollar experiencias alternativas. Y es tarea de todos y todas llenarlo de contenido, decidir cómo debe ser la sociedad del futuro.
Pero el término decrecimiento no es fácilmente aceptado. Al tiempo que aparece, se empiezan a escuchar voces críticas por sus connotaciones negativas y porque parece contradictorio que ahora se plantee decrecer también a los países en los que la mayoría de la población no ha llegado a conocer ni los mínimos derechos básicos, tales como alimentación, agua potable, vivienda digna… Además, según las voces críticas el decrecimiento nos traería desempleo y otros problemas sociales.
Es interesante aquí recordar la diferencia entre crecimiento y desarrollo, entendiéndose que desarrollo es un término más amplio que no sólo incluye un aumento del bienestar material, sino también acceso a la salud y a la cultura, a una mayor felicidad. Así, el decrecimiento material, el no crecimiento del PIB, puede ser desarrollo, puede ser un crecimiento relacional, convivencial y experiencial.
El propio Latouche utiliza una metáfora para explicar que el decrecimiento no tiene porque ser negativo: igual que cuando un río se desborda todos deseamos que decrezca y cese la crecida, que las aguas vuelvan a su cauce, lo mismo ocurre con la insostenibilidad de la situación actual. Decrecer no es, entonces, algo negativo, sino algo necesario.
Por otro lado, las críticas que hacen referencia a que los habitantes de los países desarrollados del Norte (y las elites privilegiadas del Sur) no tienen derecho para exigir a los países del Sur que decrezcan, parece que no han profundizado suficientemente en las propuestas del decrecimiento. La propuesta decrecentista es que los países del Sur sigan su propio camino y que no imiten el modelo de desarrollo del norte que se muestra poco válido para proporcionar bienestar a las personas en armonía con la naturaleza.
En realidad el decrecimiento pretende “aprender a producir valor y felicidad, pero reduciendo la utilización de materia y energía”. Se pretende salir de un modelo económico que nos hace dependientes, redefinir la idea de riqueza, entendiéndola como satisfacción moral, intelectual, estética, como un empleo creativo del ocio… De ahí el lema del congreso realizado en París en 2002: “Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo”.
El propio Latouche ha vivido en África y aporta sus reflexiones sobre el fracaso al querer implantar allí el modelo de desarrollo occidental, indicando que en África existe un funcionamiento paralelo aeconómico, basado en lo social, las relaciones con la familia, las amistades, la religión, los vecinos, la obligación de dar y compartir, recibir y devolver, etc. las prácticas milenarias de negociación, donación, regateo, intercambio.
Vivimos momentos cruciales y tenemos una gran responsabilidad. Es evidente que la sociedad occidental camina en sentido equivocado, sólo nos queda darnos la vuelta y buscar otras sendas. De momento, el decrecimiento parece mostrarnos el único camino posible hacia la sostenibilidad.